Se trata de una tierna película sobre un extraño pianista, llamado Novecento que nace y se cria en un barco. Basada en la novela Novecento de Alessandro Baricco.
A pesar de que Novecento nunca ha bajado del barco en el que nació, sabe como huele una calle de Londres o como es la luz que se contempla al atardecer desde un puente de París y es capaz de describir con precisión lugares a los que sólo ha viajado con su imaginación, ya que el mundo entero entra y sale de su barco en cada travesía, aunque él nunca haya puesto un pie en tierra.
Tan sólo en una ocasión el pianista tratará de bajar del barco en el que ha transcurrido toda su vida. Engalanado como corresponde a un instante trascendental comienza a bajar, poco a poco, la escalerilla que separa su mundo de áquel que conoce únicamente a través de los rostros y los relatos de los que tratando de hacer realidad su sueño de una tierra nueva han inspirado su música. Cuando está a punto de pisar tierra firme, da media vuelta y, sin pronunciar palabra, regresa al barco, renunciando a su propio sueño para siempre. Ha tenido tan solo un atisbo del mundo y éste le ha parecido tan inmenso que se siente incapaz de manejarlo.
Siempre existe un momento, en el que se da un paso decisivo, ese paso, pequeño o grande, nos aleja para siempre del mundo de las certezas. La mayoría de nosotros lo damos de forma inconsciente, sin comprender del todo su trascendencia, pero imaginemos por un momento que como para Novecento, este gesto se concreta y precisa: con un solo paso el mundo deja de desfilar ante nosotros y somos nosotros quienes con nuestras elecciones decidimos por donde debe discurrir el desfile... ¿Cuántos descenderíamos por la escalerilla y daríamos ese paso final?
Aquí tenéis una de las escenas más espectaculares, el duelo entre Novecento y otro gran pianista.